RESUMEN: HÁBITO 6


La totalidad impresionante del conocimiento humano nos permite decir con gran certidumbre que no podemos estar seguros de gran cosa. Saber que casi todo es desconocido puede no parecer liberador para tu ambición personal. Sin embargo, ingresar en lo desconocido es justamente lo que sucede cuando empiezas a pensar en grande
El mundo de lo conocido es pequeño y estrecho, ya vives en él.
En el momento en que empiezas a prestar atención a tus caballos blancos y a ampliar tus horizontes, cruzas el umbral de lo profesional a lo amateur. ¡Enhorabuena! Los aficionados son los únicos que descubren mundos y horizontes nuevos. Recuerda que la ciencia es la creencia en la ignorancia de los expertos.
Los aficionados sienten pasión y tienen ambición, así que cuando empiezas a perseguir las cosas que te interesan, a medida que llenas tu saco y abandonas la reserva de lo que ya se ha probado y demostrado, eres por definición un amateur. Pero no te engañes: todo el mundo comete errores.
La búsqueda de una vida más grande presenta todo tipo de obstáculos. Esto es natural, tanto es así que si ves los obstáculos es que vas por buen camino. Desde niños nos enseñan a que no nos guste perder una discusión ni a cometer errores, pero eso es pensar en pequeño. La persona capaz de apreciar cómo esos “contratiempos” pueden impulsar el progreso ha descubierto algo importante, ya que con cada contratiempo aprenderá más, ampliará sus horizontes y seguirá disfrutando de la vida.
Ese es el tipo de personas que Google suele contratar. Lo que esta empresa busca en sus empleados es “la humildad intelectual”. El problema de quienes viven en un remolino de éxitos deslumbrantes es que, cuando el fracaso les ofrece el regalo del aprendizaje, no saben cómo sacar partido de él y achacan los errores a los demás. Laszlo Bock, vicepresidente de Recursos Humanos de Google, describe así a las personas que pueden mostrar pasión por sus ideas, pero que están dispuestas a aceptar que se equivocan: “un gran ego y un ego pequeño”. En definitiva, la humildad intelectual no te priva de defender a ultranza tu postura durante todo el tiempo que creas en ella, pero te proporciona valor para admitir un error.
El miedo y el optimismo dan vueltas y vueltas como dos personas que bailan un tango. El miedo señala el camino que sale de nuestra zona de confort y te hace sentir ansiedad y vacilación. En cambio, lo que te induce a seguir adelante es el optimismo. Progresas cuando el optimismo conquista al miedo. De hecho, nuestra evolución ha desarrollado la tendencia neurológica a ser optimistas. El optimismo tira de la realidad y la moldea a nuestro favor.
Lo habitual es que los optimistas crean que vivirán más que la media, y como resultado está demostrado que ahorran más, comen más sano, hacen más ejercicio y tienen un talante más alegre. Otras investigaciones sugieren que quienes adoptan una actitud cínica tienen más probabilidades de desarrollar demencia. Esto podía deberse al esfuerzo extra que supone plantearse la faceta negativa de todo.
Si eres pesimista, cuando las cosas se tuerzan, reaccionarás diciendo: “como siempre”. Te sentirás menos inclinado a preguntarte “por qué” y será menos probable que la próxima vez te vaya mejor. En cambio, los escáneres cerebrales han demostrado que cuando los optimistas cometen errores, la actividad se centra en un área del cerebro que procesa la reflexión y el recuerdo. Los optimistas y los pesimistas comparten la misma probabilidad de divorciarse, pero los optimistas tienen más probabilidades de volver a casarse.
Si en un negocio no obtienen el número de usuarios que esperaban, si no entran en el programa al que se presentaron, si no obtienen la inversión que les parecía justificada o sus socios resultan ser serpientes, los optimistas irán con más fuerza la próxima vez. Por eso el optimismo es esencial para la supervivencia, ya que sin él nuestros antepasados nunca se habrían aventurado lejos de sus tribus y quizá todos fuésemos cavernícolas.
Por otra parte, nuestra tendencia al optimismo nos permite aparcar las dudas sobre la utilidad de las cosas y maravillarnos ante el milagro de la vida. Este es precisamente el espíritu de pensar en grande: no quedarse paralizado y lamentándose de la brevedad del tumulto de la vida, sino aprovechar y disfrutar de su potencial.

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